domingo, 18 de noviembre de 2012

Ángeles Sodomizados, una escritura que nace desde la rebeldía del vivir


Los jóvenes de Latinoamérica han encontrado nuevas formas de decir sus sentimientos, sus temores, sus deseos, sus esperanzas; sea en narrativa, ensayo o poesía, en este contexto surge la voz del poeta Luis Franco, como una ráfaga amorosa de polvo, ese polvo que emergiera de las fauces quevedianas, que nos invita crear imaginarios amorosos, pero con la ternura del niño que encuentra la alegría al descubrir que su cuerpo es sinónimo de placer. Luis Franco encuentra en el lenguaje la forma de inventar los deseos, estos devienen en imagen de ángeles: ángeles de queso, ángeles mariposa, ángeles de manzanilla; dulces, sensibles, irónicos, mortales; están y desaparecen. Son cuerpo y son nada. Se fingen pero se agudizan en el cuerpo. Se pecan, y en ese pecar se hacen pólvora, niebla, se consumen en humanos, se hacen poesía, y en ellos se hará la noche. 

Nos dice el poema: “las manos cansadas sobre el tiempo, el rostro envuelto en una mariposa, el muchacho que cantaba un tango mientras metamorfoseaban sus ojos en dos calles vacías, siempre vacías y un eco entorpeciéndose en otro hombre…” 

No hay temor en este poemario, solo hay belleza, una belleza extraña, belleza que busca en el muchacho, hecho de mar, la inmensidad del sentido, de las aguas que no son río, que permanecen en la arena, debajo del sol ardiente, belleza que se hace alegría en la carne, pero tiene soledad, certeza en la rebeldía del amor: 

Me busco y sigo siendo el mismo animal solitario: así en él se renueva el mundo, perdido en una mancha que se disuelve sobre la ignorancia. Estoy decidido a ser un puño o acabose. Lírica naranja envuelta en una sonrisa o en una caricia.  

No hay represión, hay libertad, aquí el sexo es un saberse; no hay historia hay presente, rebeldía iluminaria, aquí la estrellas hablan, ellas ven al muchacho desenfrenar su vida. Aquí hay saudade, la playa, el trago como síntoma del sueño, en Luis Franco, los ángeles se hacen pleamar, son juventud; se sodomizan, pero son líricas; sienten, aman… 

Leyendo este poemario imagino a Luis, salir a la playa en una mañana y esperar la tarde mirando las aguas recorrerse, mirar a la gente anonadarse de las casas solitarias, de las personas que parecen lluvia, imagino desandarse a Luis, entre su agonía y su adolescencia. Imagino escribir el verso sentado en algún bar, comprender que la vida no termina en la escritura, sino que empieza en el rehacer el lenguaje; por eso reafirmo, no hay temor en estas líneas, hay crudeza, crudeza ingenua de un niño malherido, de un ángel solitario, y termino felicitando a Luis Franco porque un libro no solo permanece en el momento, sino que uno escribe para permanecer en la memoria, porque un libro es un patrimonio del país, creo que Luis lo sabe, por eso nos deja versos como los que pongo en sus manos: 

Nada me aterra más 
que la mano de una niña 
rebuscando entre mis vísceras a Dios. 

Yo tenía un romance con querubines 
a los que penetraba cuarenta veces en un día. 

Un solo cuerpo con dos cabezas 
¿es suficiente?

He aquí la victoria: 
mujer agonizante, incolora y desértica; 
su nombre es Catástrofe.
[Los hijos detrás de la sangre] … 

Yo tenía un ángel entre las páginas de un parís frío
al que besé y amé debajo de los manzanos. 
Un solo cuerpo con dos cabezas 
no era suficiente. 

Yo quería más, asesino, víctima.

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