martes, 29 de enero de 2013

El abismo de los justos:

el poema es la única incertidumbre


La Feria Internacional de Libro de Quito (FILQ), del año 2012, fuera de los problemas técnicos que existieron, trajo varias novedades, en lo que se refiere a Óperas Primas, una de aquellas sorpresas fue el libro de poesía El Abismo de los justos, del poeta guayaquileño Abel Ochoa, libro editado por El Ángel, editorial dirigido por el poeta Xavier Oquendo, un libro pequeño, fácil de manejar, colección que recoge a varios poetas jóvenes, entre los que nombro: Jorge Valbuena, Omar Balladares y Marcelo Silva, esto saca a relucir el buen trabajo editorial de El Ángel Editor. 

Al intentar acercarme al poemario de Ochoa, ya en el segundo poema Vacíos me encuentro con estos versos: “Los segundos van cayendo/ como gotas en mi piel,/ perforando mis entrañas…/ Una bandada de dioses se anida en el cielo”, necesariamente la primera reflexión supone una existencia del ser en el tiempo, ese retorno cubierto de resuellos, nostalgias, naufragios que ahondan en reflejos; reflejos de la infancia, reflejos del sujeto en su cotidianidad. 

Un misterio: misterio por donde las palabras acercan al yo ecos o resonancias, de la cual hablaría Octavio Paz, de ese pasado intermitente que llega embravecido al presente y es el poema que la enternece y descubre la eternidad en un verso, es por eso que Ochoa evoca: “La eternidad se envuelve en mis sábanas/ para florecer con tu corazón…/ la eternidad eres tú/ y con tu mirada posada en mis huesos”, en estos versos matizado de Romanticismo y Modernismo da valor a cada palabra, haciendo caso a los poetas Simbolistas, cada vocablo, a más de significación debe tener ritmo, el sonido debe colorear el mundo, recordemos a Rimbaud en ese poema de las vocales, donde no solo las palabras tienen color, sino las letras; y Ochoa maneja sutil este decir en el poema El mendigo y el niño: “Le pregunté qué hacía a un niño sentado en la rama/ de un árbol, empuñando una caña de pescar./ Me respondió:/ estoy pescando dioses en el cielo”. 

Estoy de acuerdo en la lectura que hace el poeta Jorge Valbuena, en el prólogo, donde dice: “El sujeto aparece retratado en la cotidianidad de los objetos”, pero este canto a la cotidianidad se resuelve en el poemario como una negación del tiempo, de su tiempo: “Busco la palabra/ entre los escombros…/ y pájaros/ que niegan su vuelo”, esta negación que actúa como descubrimiento, se llega al futuro como ceniza. 

Quizá este poemario no sea el único en este poeta guayaquileño, y perezca en el camino, sino siga en su búsqueda. El Abismo de los justos es un poemario que se lee y degusta; si bien, el libro no tiene una consciencia política, ni le preocupa la coyuntura social, está bien escrito y nos sondea un poeta consciente de su actitud poética para su ser.

Comparto varios poemas de este Abismo de los justos:

VACÍOS

Los segundos van cayendo
como gotas en mi piel,
perforando mis entrañas, dejando sus estigmas en 
/mis manos.
Mientras las gargantas se pasean por el prado
/llenas de sangre,
solitarias, temerosas.
Una bandada de dioses se anida en el cielo.

ARCILLA

Mis manos envaino
en una guerra de obuses.
Busco la palabra
entre los escombros.
Me recuesto en la yerba,
observo
un cielo de arcilla,
y pájaros
que niegan su vuelo.

EL MENDIGO Y EL NIÑO

I
Un mendigo fuera de una catedral
tenía en sus bolsillos luciérnagas abarrotadas
y un cartel que decía:
prohibido dejar limosnas

II
Le pregunté qué hacía a un niño sentado en la rama
de un árbol, empuñando una caña de pescar.
Me respondió:
estoy pescando dioses en el cielo”