lunes, 29 de abril de 2013

Rastreando la memoria,

a propósito del poemario Los Rastros, de Juan José Rodríguez

 

Leer poesía ecuatoriana es ir comprendiendo una poética de la evolución, y porqué asevero esto, simplemente por las variadas voces que surgen a lo largo de los años, nuestra poesía se caracteriza por varias etapas creativas, desde los tzántzicos, donde su poesía estuvo consumada a ser militante, donde sus versos gritaban o quizá, poetas de los años 80, época de represión política y social, aquellos versos que, desde sus trincheras creaban mundos de libertad, este como un ejemplo del proceso que la poesía ecuatoriana ha ido desarrollándose; pero también existen poetas que dialogan con otros poetas, desde sus versos, creo de alguna manera, este criterio pertenecen a los poetas de esta generación, uno de estos poetas es Juan José Rodríguez, en su libro Los rastros, publicado por Libresa en su colección crónica de sueños, por allá, en el 2006. Libro que recoge poemas trabajados desde el año 2000. 

Juan José Rodríguez, un poeta que ha ido generando varias voces poéticas, en sus distintas etapas de creación, pero creo que Los rastros, como inicio en lo que será su discurso poético, nos remiten poemas lucidos y de una fuerza expresiva que condicionan al poeta en su búsqueda del poema claro, preciso y bello.

Dividido en tres partes: Intención de sombra (los poemas mejor logrados), Grabados sobre una columna derribada y Cenizas en la roca. 

Intención de sombra inicia con el poema Trilogía del principio: “Invocar al caballo primitivo/ y dejarlo correr hacia el espejo” con estos versos, el lector podrá ir descubriendo por donde se inserta el discurso poético de Rodríguez; “caballo primitivo” esas imágenes de pasado que se nos advienen raudas y es en el espejo en que se descubre, se invoca. 

Las imágenes nos remiten a esa tradición simbolista, son versos pequeños, pero las imágenes cobran fuerzamientras uno va leyendo el poemario, así: “El centro de un pájaro callado/ sobre un pozo de sombra” o quizá estos versos: “La vida es un pájaro vacío./ La vida es un vacío./ Pero el pájaro existe/ y toma vuelo/ y escribe.” Claramente, la función del existir esa fugacidad y refugio en la escritura. Las metáforas en Intención de sombra son rememoración de ese pasado ausente, pero también es vacío… “Desde hace tiempo,/ amo los pájaros de sombra”. 

En Grabados sobre una columna derribada, Rodríguez nos remite a una poesía dolorosa, los versos elucidan cuerpos silenciosos, derruidos en un trasiego oculto; en el poema Elementos de otra voz, el poeta juega con retozos de voces quebradas, dice: “El silente/ ha cogido esa materia/ en su fondo de agua blanda”. En esta parte del poemario cobran vida los adjetivos: “bulbos muertos-lóbrega orquídea-árboles muertos-aguas del espanto-agua de sombra, etc.” Estos adjetivos que elucidan un camino lleno de piedras, que en su búsqueda tratar de encontrar el camino hacia la luz: “Lengua vacía que repite mi nombre/ con la luz, en la luz.”; también en estos versos: “Hoy ocupo su corteza viviente./ Ya con pies vegetales,/ voy al agua real.” 

Pero, Rodríguez en otras ocasiones subyuga sus manos encubiertas en un malabar de destrucción que es la vida, ¿quizá la muerte?, desde las orillas, donde descansa la palabra: en el río de la poesía, fluctuante no estática. 

“Yo sueño un árbol que camina en el pasto. 
Sus ramas tocan follajes, escrituras.” 

En Cenizas en la roca, Rodríguez comienza a experimentar con el lenguaje: los versos son prosa, la prosa es verso; pero se puede observar a un poeta que hila sobrias imágenes, en el poema que da inicio a esta etapa: “vives en un cuarto donde nada existe;/ aun ausencia de lo blanco” brota desde oscuros recovecos y da cuenta de un talento grande para crear símbolos e imágenes pensados desde su yo interno: “los ebrios ven con odio los espejos”. 

Edward Sapir dice que “todo artista tiene que aprovechar los recursos estéticos de su propio idioma”, así lo hace Rodríguez: “El presente es la piedra que piensa”. ¿Quizá Rodríguez sea los escrito en sus rastros o solo es invocación de la palabra? De aquí explicar esa gravitación de los versos en torno a un vacío insondable: “Llueve ceniza entre los olmos muertos”, palabra desarraigada de la trascendencia de la memoria, palabra que se acoda en el dolor del vivir. 

A pesar de que Juan José Rodríguez ha escrito otros libros, no me queda decir que Los rastros es un poemario soberbio en esa indagación que transita mutando la condición humana.