martes, 19 de junio de 2012

No es dicha, la posibilidad de un comienzo

La palabra poética posee diversas significaciones, así un libro es un mundo distinto, soledades que vagan en ciudades profanadas de alcohol. Así nuestra poética contemporánea que evade cánones, poetas de auditorios, o los muchos malditismos que se propagan en concursos, se mediatizan, pero la dicha de leer poesía es cuando se percibe desde la cotidianidad; sea un bar, un parque, un estadio de barrio, un concierto de rock, tal vez nuestro hogar; poética, que desde espacios silentes, rompe la racionalidad y genera evocaciones en el instante de reproducir la vida. 

Y tomo este concepto de cotidianidad para hacer una lectura del poemario de Juan Secaira (Quito, 1971), quien ha ido tejiendo una urdimbre de significados, desde la psicodelia de una ciudad abstraída en alucinaciones ¿Qué temor existe al articular en palabras la no dicha del vivir? 

En los versos iniciales, Secaira, nos dice: “El estampido nos movió/ las ventanas se vistieron de sangre/ cunetazo limpio, sordo/ yo, tres años de edad con el presente roto…” ¿Acaso el pasado en el poeta genera tormenta, acaso el pasado es una casa deshabitada, donde el poema ingresa con paso sigiloso a reordenar su conciencia, acaso la dicha del vivir es destruir a fantasmas dolorosos, ajenos en el tiempo? 

El poema, por herencia, niega la historia, pero es historia en sí mismo: “Un vodka me susurra mejores palabras que la madre que/ nunca tuve/ en el estrecho universo creado por mi precoz demencia” y este negar la infancia en el presente es adquirir la percepción de que el poeta es más que tránsito en su paso por el mundo, es vicio donde lo palpable naufraga en la existencia. 

Mientras leo a Secaira rememoro el dolor de Kafka, el dolor de sobrevivir ante la negación del mundo: “para colmo un bicho triste/ vuela entre las/ lámparas”; o en este verso: “Aquellos niños borronean obras de arte con sus lágrimas”. 

El dolor en No es dicha está simbolizado en la imagen del padre y la madre, en sus ausencias, cito los siguientes versos: “Mi madre me pregunta/ ¿Por qué eres tan enfermo?”; “Mi padre me grita/ un ogro a cabalidad”; “Dicen tu madre está loca/ ha sido capaz de vender todo y transmutar/ gritando y gesticulando plegarias/ mientras consume pastillas”… Siempre estas imágenes al inicio de cada poema, para luego en su peregrinar por las palabras construyendo ciudades cotidianas, urbes barrocas, anocheceres roídas de misterio, charcos habitados por desdichas. Ciudades donde el pecado se hace visible, y Juan Secaira lo hace conciente, este conflicto entre el deseo y el dolor de vivir se resuelve en la memoria, esta ciudad llena de fantasmas y de sueños que termina siendo una despedida. 

Este es el mundo de No es dicha, la antítesis entre la ausencia de un ser en el mundo con la dicha del vivir… construyéndose en poesía.

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